El éxito de las “primaveras árabes”, pronosticado hace años por pensadores cuyos dones de adivinación superan lo imaginable, ha sido absoluto. No en vano fueron bautizados en su día como “los primaveras” del pensamiento único.
Santiago Alba y sus acólitos podemistas y/o trotskistas ya pueden dormir tranquilos.
Túnez continúa, como España, sometido a un régimen férreo y dictatorial, aunque ataviado con chispazos democráticos (hay elecciones, como en Marruecos, Argelia o Turquía).
Libia fue expoliada y arrasada. Sus riquezas pasaron a manos occidentales, sin que el dinero obtenido por las concesiones haya llegado a los bolsillos de la ciudadanía.
Los muertos se cuentan por decenas, mientras el caos político angustia a millones de personas que jamás imaginaron una ruina como la que hoy se ha adueñado del país más justo y equitativo del norte africano.
Siria lleva tres año largos luchando contra ese terrorismo \\\”primaveral\\\” que financian \\\”democracias\\\” tan participativas como las de EEUU, Francia, Gran Bretaña y sus socios, las monarquías absolutistas de Qatar, Arabia Saudita o Emiratos Árabes, en las que cientos de mujeres son condenadas a castigos físicos y cárcel por el mero hecho de conducir un automóvil o vestir un bañador de una pieza.
(Por cierto, qué curioso que las Femen nunca aparecen en aquellos predios).
Egipto, tras años de elecciones amañadas, golpes militares y miles de muertos, ilegalizado el multitudinario colectivo de los Hermanos Musulmanes, parece recuperarse de una estación de violencia que no trajo aromas de rosa, sino hedor a cadáver y a sangre derramada en las calles… Ah, y las flores, en los cementerios.
Turquía, bajo la bota de Erdogán, echa una mano llena de billetes y bombas racimo al ejército criminal del Estado islámico, con el mismo entusiasmo de John Mac Cain o el Príncipe Abdul, de la ralea saudita. (A esos, ni flores, oiga).
Donde sí hay miles de ramos, tiestos, parterres y plantas ornamentales, es en el palacio que el presidente turco acaba de estrenar, valorado en más de 600 millones de dólares. Una monada de residencia.
Supone la guinda del pastel primaveral que defendieron, como auténtico y revolucionario, decenas de diarios, cadenas de TV y perrodistas voluntariamente ignorantes y manipuladores, cuyos nombres quedarán grabados en la placa intangible de la memoria colectiva:
Diario Público, Premio cum-laude a la Estafa por la enorme cantidad de crónicas en las que aseguraba que las manifestaciones pro-Assad eran antigubernamentales y censurando todos los comentarios que protestaban, ante la falsedad de tales noticias.
LaSexta TV, haciendo lo propio y ocultando los fuertes nexos económicos entre Meadi-Pro (Jaume Roures, accionista principal y trotsko millonario) y las dictaduras qatarí y saudida.
Ana Pastor y Pedro Jota, Paco Marhuenda y Alberto Pradilla, Olga Rodríguez y Alfonso Rojo, Javier Espinosa e Iñaki Soto… todos ellos, y muchos más, comparten las mismas ideas acerca del periodismo.
Nada les diferencia, aunque parezcan antagónicos.
Han vivido de las primaveras árabes, han mentido sobre ellas en decenas de ocasiones, pero hoy les salpica la sangre derramada no sólo en Trípoli, El Cairo, Aleppo o Damasco, sino en Kiev primero y luego en Donbáss, cuando salieron en defensa de una “Primavera ucraniana”, que no fue sino un cruento golpe de estado de corte y aroma neonazi.
Si Recep Tayyip Erdogan, el Azote del pueblo Kurdo, conociera de la existencia de ese plantel de nombres tan habituales en los medios españoles, no dudaría en enviarles una invitación personal, con motivo de la inauguración de su grandioso y espléndido palacio, para agradecerles los servicios prestados al imperialismo, a la OTAN y al terrorismo primaveral, único, repulsivo y doloroso resultado de aquellas revueltas callejeras en Túnez o El Cairo, que desde Washington y Bruselas llamaron revoluciones.
Ojalá todos, ellos y ellas, se quedaran eternamente al lado de Erdogán. Sería el merecido castigo a su impostura periodística y filosófica.